En
muchos países, los “fast food” se han convertido en el lugar
favorito de los jóvenes para comer algo delicioso y rápido. Los
“fast food” son un sitio de reunión, de pasarla bien con los
compañeros de clase o compañeros de trabajo. Estos lugares se han
vuelto indispensables porque en un periodo limitado de tiempo se
puede comer sin tener que esperar mucho para que te sirvan. Por tal
razón, los jóvenes se han vuelto fanáticos de los "fast
food". Se estima que entre un 30% y un 40% de todas las comidas
se realizan fuera del hogar y los "fast food" representan
el 20% de este mercado, quizás no tanto por la falta de tiempo sino
porque representan una cultura que la juventud asume con facilidad.
Los centros de comida rápida se han convertido en referentes donde
los jóvenes pasan las tarde de muchos fines de semana.
Se
ha llegado a la conclusión que los adolescentes se identifican
plenamente con el ambiente del "fast food": informal, poco
convencional, alejado del esquema tradicional de la cocina familiar
del que tanto huyen, y con precios accesibles para los jóvenes,
además de una vastísima red de establecimientos. Otra ventaja es la
flexibilidad del horario. El plato base, la hamburguesa con patatas
fritas, acompañada de diferentes bebidas (especialmente azucaradas),
tiene gran aceptación entre este grupo de edad. En general se
consideran alimentos con un alto contenido energético, en grasa,
azúcar y sal; y bajo contenido en fibra y otros nutrientes, a pesar
de que se han llevado a cabo otros estudios que demuestran que en
muchos casos pueden tener un nivel aceptable de nutrientes. Pero su
éxito no sólo radica en la comodidad, la comida rápida ha captado
nuestros paladares, y a pesar de su mala fama nutricional, todos
hemos caído en la tentación, en alguna ocasión, ante una
hamburguesa o una porción de pizza.
Se
ha demostrado que los jóvenes prefieren una hamburguesa o una pizza
a un plato de arroz y habichuelas. Un estudio dice que el 73% de los
jóvenes de entre 14 y 20 años come a diario o casi a diario: pizzas,
hamburguesas, pollo frito acompañados de patatas fritas y bebidas
azucaradas. Aunque la mayoría de los jóvenes reconoce que no es
saludable, aún así lo hacen. Comer en “fast food” se ha
convertido en algo de costumbres de grupo, además de los precios
asequibles y de la gran publicidad que se le da a los mismos. La
revista “Nature” publicó recientemente que estas costumbres
tienen una base científica, porque un mecanismo cerebral de
recompensa se activa cuando se ingieren ciertos ingredientes, de
forma idéntica a cuando un adicto necesita droga.
Comer
lo que se llama comida rápida tiene sus consecuencias. El Instituto
de Medicina (IOM) dice que pueden producir diabetes, hipertensión,
colesterol, exceso de peso, enfermedades cardiovasculares y
otros problemas graves por lo que recomienda hacer ejercicio físico
para evitar la obesidad. Además orienta que se debe sustituir las
hamburguesas, papas y refrescos por hamburguesa de carnicería, papas
cocidas y agua o leche con chocolate, frutos secos y fruta troceada.
También recomienda enseñarle a los niños a tener hábitos
saludables.
Comer
en los “fast food” ha creado un impacto en los jóvenes y en los
adultos en los hábitos alimenticios, en sus dietas y en la
propensión a enfermedades y a la obesidad. Un estudio
relaciona la cantidad de comida rápida que toma un adolescente con
su obesidad. El estudio, realizado en Estados Unidos y publicado en
"Pediatrics", se llevó a cabo sobre 14.355 niños y niñas de 9 a 14 años y mostró una relación estrecha entre frecuentar
locales de comida rápida y sobrepeso. Treinta y cinco expertos han
elaborado un documento en el que exhortan a la industria alimentaria
a transformar sus procesos de cocinado para reducir al mínimo la
presencia de factores cancerígenos, y alertan al mismo tiempo de los
peligros del "fast food". La llamada comida rápida, que engloba carnes
precocinadas con grasas, diversas clases de fritos, productos de
panadería muy ricos en hidratos de carbono y bebidas de alto poder
calórico con edulcorantes artificiales.
Las
grasas saturadas (en exceso tienden a aumentar los niveles de
colesterol en sangre), y el colesterol son abundantes en estos
productos debido a las salsas a base de huevo, mantequilla, nata,
manteca y otros ingredientes grasos que se emplean en su elaboración,
y a los aceites de coco y palma que se usan en la fritura. En
general, estos productos contienen más sal que los que se preparan
en casa, en parte porque el sodio se utiliza como conservante.
Además, para conseguir el aspecto deseado en cuanto a color, olor,
sabor y textura llevan añadidos conservantes, colorantes,
antiapelmazantes, estabilizantes, etc. Estos platos suelen incluir
condimentos fuertes o aditivos que potencian el sabor y que estimulan
el apetito y, con el tiempo, alteran la percepción del sentido del
gusto y crean hábito.
El
problema no está en comer en los “fast food”, el problema
consiste en hacerlo con demasiada frecuencia. El consumo de este tipo
de comida no supone ningún inconveniente para la salud siempre que
no se convierta en un hábito ni sustituya los alimentos básicos. Pero
lo que está ocurriendo en nuestra sociedad, tal vez por lo rápida
que va la vida, es que cada vez más personas los incluyen como base
de su dieta, sin ser conscientes de los peligros nutricionales que
ello conlleva. Es por eso que es importante crear conciencia de las
consecuencias a largo plazo de comer en los “fast food” y cambiar
a unos hábitos alimenticios más saludables.
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